28 enero 2008

Se acabó la historia




Nadie los busca. Nadie los acusa directamente de nada. Fueron otros los que se mancharon las manos con sangre. Los que hicieron las tareas feas. Los que se van a Punta Peuco, mansamente, mientras sus ex jefes civiles toman el sol de Zapallar o eligen el color de un Audi.



En Concepción, oculto tras una larga barba blanca de gnomo y dedicado a dormir, a jugar con sus quiltros y a cultivar frambuesas, fue encontrado por fin el temido integrante de la CNI Iván Quiroz Ruiz. El ex oficial de Carabineros, que enfrenta diez años y un día de presidio por su participación en la Operación Albania la cobarde matanza de doce frentistas, disfrazada de enfrentamiento y que se hallaba prófugo en rebeldía desde hacía varios meses, había sido rotulado como un extremadamente peligroso.
Alguien decidido, que siempre andaba armado y que haría uso de su pistola sin vacilaciones. Uno que no se entregaría vivo. Un corajudo de verdad que, a diferencia de Iturriaga, sí haría frente a sus captores a sangre y fuego. Tendrían que llevárselo con los pies para adelante. Investigaciones lo ubicó tras pesquisarlo con extrema cautela en una operación de relojería. Sin embargo, al igual que el teñido Iturriaga, este héroe cayó como un sumiso cordero ante los detectives, a la entrada de un supermercado.
Se acabaron los días de impunidad para estos agentes menores del Estado policial que gobernó este país durante 17 años. Hoy son hombres vencidos, viejos, derrotados, abandonados por completo a su suerte. El caso más amargo que conocemos es el del suboficial mayor (R) José Remigio Ríos San Martín, quien hoy barbado, sucio, incoherente, sobrevive e intenta purgar sus culpas durmiendo cada noche vestido, sentado en una silla, al interior de una mísera librería de viejo que posee en el sector de Independencia.
Ríos San Martín fue una pieza clave en el esclarecimiento de la muerte de Carmelo Soria, a pesar de los esfuerzos realizados en 1993 por agentes del Batallón de Inteligencia del Ejército (BIE) para que cambiara la declaración que había prestado ante Investigaciones.
Casos patéticos que contrastan con la vida regalada que llevan los ideólogos e instigadores intelectuales de esos hechos horrendos. Ex ministros que participan de varios directorios de empresas, hombres de total confianza de la dictadura que son nombrados rectores de universidades privadas, instigadores directos que hoy se sientan en el Congreso Nacional como si aquí nada hubiera pasado. Para ellos no hay barbas descuidadas ni escondrijos. Ellos entran y salen de sus casas con tranquilidad. Dan conferencias. Opinan en diarios y revistas. Nadie los busca. Nadie los acusa directamente de nada. Fueron otros los que se mancharon las manos con sangre. Los que hicieron las tareas feas. Los que se van a Punta Peuco, mansamente, mientras sus ex jefes civiles toman el sol de Zapallar o eligen el color de un Audi. Aquellos inocentes que nos diseñaron con lujo de detalles esa negra noche de espanto.
No estamos aquí defendiendo a nadie, pero sentimos una vaga, ligera e inevitable sensación de lástima por los barbudos y desaseados prófugos. Y también un discreto sentimiento de malestar ante tanto señorón que sacó las castañas con la mano del gato y que hoy, oliendo a "duty free", se codea en cócteles y recepciones con la olvidadiza socialité chilena, con desmemoriados actores, escritores y empresarios que nunca se enteraron de nada, mientras Ríos San Martín intenta conciliar el sueño y olvidar, si es posible, entre destartalados textos esotéricos y libros de Jorge Inostroza. Al caer Quiroz afirmó: "Estoy desarmado, se acabó la historia".


Por Antonio Gil
PESO PLUMA