Publicado por diario LA NACION Domingo 18 de junio de 2006
Ojo de loca no se equivoca
La noche de los alacranes
Quizás, después de aquello, el centenar de hombres chilenos, miembros de las Fuerzas Armadas y la CNI, un poco cansados volvieron a sus hogares, saludaron a su mujer y besaron a sus niños, y se sentaron a comer viendo las noticias. E incluso fornicaron con su esposa.
Pedro Lemebel
Esta semana se cumplieron 19 años del suceso Corpus Christi, también llamado Operación Albania por la CNI. En la distancia, aquellos hechos quedaron grabados como los más repugnantes que conmocionaron al país por su doble estándar noticioso. Por una parte, el periodismo cómplice de “El Mercurio” y Canal 13, donde aparecía el reportero estrella junto a los cadáveres aún tibios, dando a entender que ese era el saldo de los enfrentamientos entre la subversión armada y los aparatos de seguridad que protegían al país del extremismo. Por otro lado, el relato clandestino en el chorreo achocolatado de la masacre, la parapléjica contorsión de los 12 cuerpos, sorprendidos a mansalva, quemados de improviso por el crepitar de las ráfagas ardiendo la piel, en la toma por asalto del batallón que entró en las casas como una llamarada tumbando la puerta, quebrando las ventanas, en tropel de perros rabiosos, en jauría de hienas babeantes, en manada de coyotes ciegos por la orden de matar, descuartizar a balazos cualquier sombra, cualquier figura de hombre, niño o mujer herida, buscando a tientas la puerta trasera. Allí, cegada por el alfileretazo de pólvora en la sien, la niña aprendiz de guerrillera parecía danzar clavada una y otra vez por el ardor caliente de la metralla. Más allá, el joven idealista no alcanzó a beber de la taza en su mano, y cayó sobre la mesa hemorragiado de sangre y café que almidonaron su camisa blanca. Aún más blanca, en el ramalazo de crisantemos lacres que brotaron en su pecho.
Hiel y sangre condimentaron la sopa amarga de aquella noche. El gusto opaco del horror avinagró la cena en las casas de los 12 acribillados. La madre de la colegiala llorando no creyó, el hermano del poblador dijo que había salido temprano sin decir nada, el padre del universitario no quiso hacer declaraciones, los vecinos comentaban en voz baja la horrible calamidad. Y todos los que entonces nadábamos a contracorriente en la lucha, sentimos nuevamente la rabia y luego la estocada del miedo, un miedo sin fondo, un miedo estomacal de presentir la sombra de los bototos bajo la puerta. Si eran capaces de aquello. Si habían planificado fríamente esa noche de lobos y cuchillos. Si cercaron los lugares, alertando a los vecinos a que no se asomaran. Si a algunos los raptaron antes y después los hicieron aparecer fríos y desguañangados. Y a otros los esperaron tan excitados detrás de los postes aguardando. Acaso se repartieron las víctimas al verlas llegar, y a la orden de asalto no dudaron en bañarse sin piedad en esa borrachera espeluznante. Y luego, después de rematar a los sobrevivientes con un tiro de gracia, se relajaron en ese silencio alfombrado de cadáveres, echándose a reír, palmoteándose las espaldas, felicitándose por el éxito de la operación.
Quizás, después de aquello, el centenar de hombres chilenos, miembros de las Fuerzas Armadas y la CNI, un poco cansados volvieron a sus hogares, saludaron a su mujer y besaron a sus niños, y se sentaron a comer viendo las noticias. Si pudieron comer relajadamente y fueron capaces de eructar mirando la fila de bultos crispados desfilando en la pantalla. Si esa noche durmieron profundamente y sin pastillas, e incluso fornicaron con su esposa y en el minuto de acabar volvieron a matar eyaculando helado sobre los cuerpos yertos. Si esa noche de alacranes, alguno de ellos engendró un hijo que en la actualidad ronda los 18 años. Si ese joven va del brazo de ese ex CNI cerca de la calle Pedro Donoso, Varas Mena o Villa Frei, y no sabe por qué su padre evita pasar por esas esquinas. Si hoy, abierto el proceso de Operación Albania, alguno de ellos fue llamado a declarar, y antes de salir siente temor de mirar los ojos ciervos de ese muchacho. Si tiene temor, si por fin siente miedo. Que al menos sea eso, el juicio familiar en la inocencia interrogante como castigo interminable.
En memoria de Ignacio Valenzuela P., Patricio Acosta C., Julio Guerra O., Iván Henríquez G., Patricia Quiroz N., José Valenzuela L., Ricardo Rivera S., Elizabeth Escobar M., Manuel Valencia C., Ester Cabrera H., Ricardo Silva S., Wilson Henríquez G.
LND
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